martes, 10 de mayo de 2011

DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA

Santa Teresa ocupa tres capítulos (33-34-35) para explicar esta petición del Padrenuestro. No podré yo, por lo tanto, resumirlo en algunas líneas. Sólo os pondré la estructura para que os den ganas de leerlos pues no tienen desperdicio...
"Pues si, cuando andaba en el mundo, de sólo tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje." (34, 8)
"Si os da pena no verle con los ojos corporales, mirad que no nos conviene; porque en ver esta Verdad eterna, se vería ser mentira y burlas todas las cosas de que acá hacemos caso. Y viendo tan gran Majestad, ¿cómo osaría una pecadorcilla como yo, que tanto le ha ofendido, estar tan cerca de él? Debajo de aquel pan está tratable; porque si el rey se disfraza, no parece se nos daría nada de conversar sin tantos miramientos y respetos con él; parece está obligado a sufrirlo, pues se disfrazó. ¿Quién osara llegar con tanta tibieza, tan indignamente, con tantas imperfecciones?" (34, 9)
    
El PME no cita estos tres capítulos en su obra "Quiero ver a Dios". Pero su amor a la Eucaristía tiene el mismo realismo y la misma profundidad que el de Santa Teresa. Meditemos este texto de QVAD:
"Para que la efusión de la vida divina sea más abundante, ha querido que el contacto con su humanidad, que es su causa instrumental física, fuese tan íntima como posible. Se quedó bajo las apariencias de pan y vino, y de este modo nos da en alimento su humanidad viviente e inmolada. Por ella penetran en nuestra alma todos los raudales de la vida divina y se difunden según la medida de nuestra capacidad de recepción: «Yo soy el pan de vida... El que come su carne y bebe su sangre tendrá vida en él. El que no come su carne y no bebe su sangre no tendrá vida en él» . Sus palabras son claras: no se puede tener vida más que por la comunión en Jesucristo. Los demás sacramentos no tienen eficacia sino por su relación con la eucaristía; así el bautismo, que no tiene eficacia si no es por el deseo en el bautizado de recibir la eucaristía .
La comunión tiene un efecto de transformación. Pero no es el alimento celestial el que se transforma en el que lo come, es Jesucristo que se entrega, que como conquistador viene para transformar [al que lo come] en su luz y en su caridad. Llegamos al misterio de la unión de Cristo con las almas y toda su Iglesia." (QVAD pág. 88)

lunes, 18 de abril de 2011

HAGASE TU VOLUNTAD...

Santa Teresa explica esta petición en el capítulo 32. Cae bien que sea antes de Semana Santa pues con ver a Cristo cumplirla nos debería bastar para entenderla. Así la explica.


Primero une esta petición con la anterior:

“Sea hecha tu voluntad; y como es hecha en el cielo, así se haga en la tierra.” Bien hicisteis, nuestro buen Maestro, de pedir la petición pasada, para que podamos cumplir lo que dais por nosotros; porque, cierto, Señor, si así no fuera, imposible me parece. Mas haciendo vuestro Padre lo que vos le pedís de darnos acá su reino,… hecha la tierra cielo, será posible hacerse en mí vuestra voluntad. Mas sin esto y en tierra tan ruin como la mía y tan sin fruto, yo no sé, Señor, cómo sería posible. Es gran cosa lo que ofrecéis”.

A continuación nos mueve a desear hacerla pues de todas formas la voluntad de Dios se va a cumplir:

“Ello se ha de cumplir, que queramos o no, y se ha de hacer su voluntad en el cielo y en la tierra; creedme, tomad mi parecer, y haced de la necesidad virtud. ¡Oh Señor mío, qué gran regalo es éste para mí: que no dejaseis en querer tan ruin como el mío el cumplirse vuestra voluntad!”

Enseguida nos dice lo que ofrecemos cuando entregamos a Dios nuestra voluntad. Es el meollo del comentario y la relación con la Semana Santa:

“Pues os quiero avisar y acordar qué es su voluntad. No hayáis miedo sea daros riquezas ni deleites ni honras ni todas estas cosas de acá; no os quiere tan poco y tiene en mucho lo que le dais, y os quiere pagar bien, pues os da su reino aun viviendo. ¿Queréis ver cómo se ha con los que de veras le dicen esto? Preguntadlo a su Hijo glorioso, que se lo dijo cuando la oración del huerto. Como fue dicho con determinación y de toda voluntad, mirad si la cumplió bien en él en lo que le dio de trabajos y dolores e injurias y persecuciones; en fin, hasta que se le acabó la vida con muerte de cruz”.

“Pues veis aquí, hijas, a quien más amaba lo que dio, por donde se entiende cuál es su voluntad. Así que éstos son sus dones en este mundo. Da conforme al amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones más; a los que menos, menos, y conforme al ánimo que ve en cada uno y el amor que tiene a su Majestad. A quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por él; al que amare poco, poco. Tengo yo para mí que la medida del poder llevar gran cruz o pequeña, es la del amor. Así que, hermanas, si le tenéis, procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que su Majestad quisiere. Porque, si de otra manera dais la voluntad, es mostrar la joya e irla a dar y rogar que la tomen, y cuando extienden la mano para tomarla, tornarla vos a guardar muy bien”.

Y termina relacionándolo con el don de uno mismo, tema del que tanto le gustaba hablar al PME, y al que reserva todo un capítulo de Quiero ver a Dios.

“Porque todo lo que os he avisado en este libro va dirigido a este punto de damos del todo al Criador y poner nuestra voluntad en la suya y desasirnos de las criaturas, y tendréis ya entendido lo mucho que importa; diré para lo que pone aquí nuestro buen Maestro estas palabras dichas, como quien sabe lo mucho que ganaremos de hacer este servicio a su eterno Padre. Porque nos disponemos para que, con mucha brevedad, nos veamos acabado de andar el camino y bebiendo del agua viva de la fuente que queda dicha. Porque sin dar nuestra voluntad del todo al Señor para que haga en todo lo que nos toca conforme a ella, nunca deja beber de ella. Esto es contemplación perfecta, lo que me dijisteis os escribiese”.


Sería muy extenso querer expresar todo lo que el PME nos enseñó sobre el hacer la voluntad de Dios y el don de sí. Me voy a limitar a poner un texto de la primera biógrafa del PME, Raymonde Règue, que nos muestra bien el alma del PME, su relación con el Misterio Pascual de Cristo, con ese misterioso “que se haga tu voluntad” del Huerto de Getsemaní.

“El misterio pascual, corazón de la vida cristiana, es el centro de la contemplación mística del PME. Buscando penetrar en “los secretos del alma de Cristo”, para seguirle, su mirada de fe ha escrutado ampliamente los acontecimientos de la Semana Santa con un respeto profundo hacia los misterios más sagrados y con la simpatía de un amor único.
Toda luz y toda vida provienen de Jesús. Y el PME, servidor de Cristo como sacerdote y como carmelita, nos adentra en “ese conocimiento amoroso del Cristo viviente”. Más aún, investido por el Espíritu Santo de una misión en la Iglesia, ha sabido llevar su peso. Con especial atención ha contemplado el rostro tan humano y tan divino de Cristo en el cumplimiento de su gran obra salvífica. Y esto es lo que él quiere poner ante nuestros ojos.

Durante toda su vida, el PME deseó asemejarse a Jesucristo. En efecto, la gracia es una realidad divina en nosotros que nos emparenta con Jesús. Siguiendo a san Pablo, él decía: “La perfección de Cristo es el Cristo crucificado en el Calvario. Estas perspectivas se convierten en anhelos para el alma que está invadida por el amor. Esta participación en Getsemaní es la que hace efectiva la identificación y la que da al alma una auténtica fecundidad”.


Es impresionante también constatar cómo Dios ha concedido al PME la recompensa de vivir los últimos días de su vida – la Semana Santa – en profunda semejanza con el Cristo de la Pasión.

Reducido a un estado de extrema pobreza física y moral, en un completo abandono espiritual, podía decir con verdad:

“Me he ofrecido al Padre, me he presentado con Cristo”.

“Soy feliz de que Dios me haga sufrir como a su Hijo. Me clava en la cruz como a Él”.
“Soy fundador por mi sufrimiento y por mi muerte.”

Pero a la vez

“El amor del Padre es algo inefable”:
“Dios mío te quiero, Jesús, te quiero. Me parece que te amo perfectamente y que me parezco a ti”.

El discípulo que en sus trabajos, en su vida y en su muerte sólo busca seguir el camino trazado por Jesús, se parece a su Maestro”.

Que poco a poco vayamos logrando hacer nuestro el gran deseo del PME: llegar a la identificación con Cristo, porque entonces diremos de verdad: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.



jueves, 7 de abril de 2011

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE / VENGA A NOSOTROS TU REINO

De nuevo tengo que pediros disculpas... el montar la página web del Instituto me ha pedido todo el tiempo del que disponía. Pero ne me había olvidado y ahora, aunque tarde, me pongo de nuevo.
Como dice Santa Teresa, empezamos con las "altas peticiones" . Y la santa une las dos primeras y las explica en clave de oración contemplativa, "aplicadas a la oración de quietud". Se da cuenta de que su enfoque es muy personal: "Si no os contentare, pensad vosotras otras consideraciones".
Estas dos primeras peticiones le hacen pensar en la oración que "hay en el reino de los cielos". Los que están ya en el cielo, saben bendecir y santificar de veras el nonbre del Señor:
"Ahora pues, el gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es: ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce".
Esta manera de rezar de los que están en el cielo es el modelo para nosotros, pobres orantes de a pie del Padrenuestro. Para eso, aunque nunca la haremos con la misma perfección que ellos, tenemos que entender, prestar atención a lo que decimos y no hacerlo mecánicamente. Pero, más allá de lo que decimos, a lo que tenemos que prestar atención es al que se lo decimos, al que habita nuestro interior, para dejarle la dirección de nuestra oración, y Él será quien "ponga en sosiego las potencias y en quietud el alma". Se trata de entrar en comunión con las palabras y los sentimientos interiores de Jesús.

El PME hace más hincapié al hablar de la oración de quietud en algo que Teresa también menciona pero en lo que se atarda menos. La potencia que está tomada por Dios en esta oración es la voluntad y puede que la memoria y el entendimiento estén dispersas y no participen del gusto de la voluntad. Así nos lo dice:
"Mientras la voluntad está suavemente encadenada por los gustos divinos que
saborea, ¿qué suerte corren las otras potencias?
Santa Teresa nos deja entrever que puede ser muy diferente, según las circunstancias.
Por ejemplo, el caso en que tienen algún conocimiento y, en consecuencia, participan del festín delicioso de la voluntad. Desean ir en ayuda de la voluntad y aumentar la quietud por su propia actividad. Agitación vana y perturbadora: están arrojando haces de leña sobre una centellica con riesgo de ahogarla.
      Por su agitación, estas dos potencias se han hecho incapaces de saborear los gustos divinos.
       A veces el entendimiento no participa de ninguna forma en el festín del alma. De ahí que en ello experimente turbación.
Estas cuartas moradas, caracterizadas por la quietud, son también, moradas muy agitadas". (QVAD p. 5665-566)
Y el PME, apoyándose en santa Teresa da unos consejos prácticos en el capítulo sobre el silencio interior, para luchar contra la acción de la memoria y del entendimiento en esta oración de quietud:
"¿Cómo reaccionar contra esta agitación de las facultades y cultivar el silencio interior en esta segunda fase de la vida espiritual?
Hemos escuchado a santa Teresa decirnos que se reía de su impotencia y del ruido de sus facultades.
La Santa había comprendido, en efecto, que era inútil luchar contra las fuerzas superiores: contra las de Dios que producen tales efectos en nuestras facultades humanas, inadaptadas a su acción, y contra las del demonio que trata de tomar en nuestras facultades sensibles el desquite de las derrotas sufridas en las regiones superiores del alma.
La lucha directa es inútil e, incluso, perjudicial. La primera obligación que se impone al alma es la de respetar la acción de Dios y la de favorecerla aportando una fe despierta. Si el alma va tras las facultades ruidosas, pierde el contacto de Dios y corre gran peligro de perder la contemplación. Por otra parte, ¿no es una ley psicológica que la voluntad, al tomar contacto con las imágenes o las realidades sensibles, más que dominarlas se enreda en ellas?". (QVAD 441-442)
La primera ayuda que nos aportan estas consideraciones, es comprender que el ruido del entendimeinto y la memoria no son signo de oración imperfecta, y que por lo tanto no hay que ocuparse de ellos. Podemos seguir gozando de Dios y dejarle actuar en nosotros.

lunes, 7 de marzo de 2011

QUE ESTÁS EN EL CIELO

¡Cuánto tiempo he dejado pasar! ¡Perdonarme!
Seguimos con el Padrenuestro.
Santa Teresa y el PME explican la oración de recogimiento, indican el peligro de la pasividad y señalan la importancia de que la oración de recogimiento impregne toda nuestra vida, no sólo los momentos de oración. Dios está siempre presente en y con nosotros, estemos nosotros siempre en su presencia.

"¿Pensáis que importa poco saber qué cosa es cielo y adónde se ha de buscar vuestro sacratísimo Padre? Pues yo os digo que, para entendimientos derramados, que importa mucho no sólo creer esto, sino procurarlo entender por experiencia; porque es una de las cosas que ata mucho el entendimiento y hace recoger el alma.
Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que ... adonde está Dios es el cielo. Sin duda lo podéis creer. Pues mirad que dice san Agustín que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí mismo .

 ¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad, y ver que no ha menester para hablar con su Padre eterno ir al cielo, ni para regalarse con él, ni ha menester hablar a voces? Por paso que hable, está tan cerca que nos oirá; ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad hablarle como a Padre, pedirle como a Padre, contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que no es digna de ser su hija."
Las que de esta manera se pudieren encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma, adonde está el que le hizo y la tierra, y acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sentidos exteriores, crea que lleva excelente camino, y que no dejará de llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo. Es como el que va en una nao, que con un poco de buen viento se pone en el fin de la jornada en pocos días, y los que van por tierra tárdanse más. Cap. 28
      Que si como ahora entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey, que no le dejara tantas veces solo; alguna me estuviera con él y más procurara que no estuviera tan sucia.
      Plega a su Majestad no consienta nos apartemos de su presencia, amén.Cap. 29

Ahora el PME

     "Conviene advertir que no se trata de un recogimiento pasivo, producido por una acción de Dios, sino de un recogimiento realizado por un esfuerzo de la voluntad.
     Este movimiento activo de las potencias, que abandonan las cosas exteriores para encaminarse hacia el centro del alma, es el primer momento de la oración de recogimiento. No basta esto para crearla y no es más que el gesto preparatorio requerido por la presencia de Dios en el alma. Las facultades no se retiran al centro del alma sino porque Dios habita allí de una manera especialísima. El alma es templo de la Santísima Trinidad, el templo preferido por santa Teresa.
     El recogimiento no tiene otra finalidad que la de guiar al alma al templo más íntimo del Señor.
    No basta aún entrar, por el silencio, en este templo vivificado por una presencia tan augusta. Hay que tomar realmente contacto con Dios y ocuparse allí con él. En estos comienzos, la oración no podría ser normalmente más que un trato activo del alma con Dios.
   Decía la Santa que debemos recoger nuestros sentidos exteriores dentro de nosotros mismos y darles en qué ocuparse .
   Santa Teresa tiene temor de la ociosidad durante el recogimiento y lo manifiesta reiteradamente en sus escritos; porque, efectivamente, todo recogimiento, al suspender la actividad de las facultades, produce una agradable impresión de reposo. La pasividad natural de ciertas almas corre el gran riesgo de confundir este sabor con la paz de la acción de Dios y de abandonarse así a una inactividad indolente, a saborear una tranquilidad que no tiene nada de divina. Por eso afirma nuestra maestra que al esfuerzo del recogimiento le debe suceder normalmente un esfuerzo de búsqueda activa de Dios. Transición difícil, maniobra delicada, sobre todo en los estados más elevados.
    Por el momento, en estos comienzos, no debe haber vacilación alguna: el alma debe buscar una ocupación con Dios.
     No hay nada mejor que buscar la compañía de Jesús y conversar con él. Como Verbo, está presente en el alma junto con el Padre y el Espíritu Santo; y como Verbo encarnado es el mediador único y la palabra de Dios que debemos escuchar en silencio.
    Estamos en la parte central de la oración de recogimiento. El retirarse las potencias del alma no tenía otra finalidad que favorecer esta intimidad viviente con el Maestro divino.
       La intimidad divina realizada durante las horas de oración propiamente dicha debe continuar en el curso de la jornada.    
      Rara vez distingue santa Teresa en su doctrina sobre la oración entre el tiempo que le está especialmente consagrado y el resto de la jornada. A la presencia continua y siempre activa de Dios en nosotros debe corresponder una búsqueda de intimidad tan constante como sea posible. La oración de recogimiento debe impregnar toda nuestra vida."
Que así sea.

lunes, 17 de enero de 2011

ORAR ES DECIR "PADRE"

Hoy me propongo empezar el comentario del Padre Nuestro que hace santa Teresa en Camino de Perfección y ver lo que el PME retoma en Quiero ver a Dios.

PADRE NUESTRO
Teresa medita sobre estas palabras en el capítulo 27 que es todo él como una oración.
Primero nos enseña la manera de orar estas palabras:
"Pues, paréceos ahora que será razón que, aunque digamos vocalmente esta palabra, dejemos de entender con el entendimiento, para que se haga pedazos nuestro corazón con ver tal amor? Pues, ¿qué hijo hay en el mundo que no procure saber quién es su padre, cuando le tiene bueno y de tanta majestad y señorío?"

Y como toda auténtica oración cristiana, la de Teresa es Trinitaria.
Empieza dirigiéndose al Padre:

Oh Señor mío, cómo parecéis Padre de tal Hijo y cómo parece vuestro Hijo hijo de tal Padre! ¡Bendito seáis por siempre jamás!"

Pasa rápidamente al diálogo con el Hijo:

 "Oh Hijo de Dios y Señor mío!, ¿cómo dais tanto junto a la primera palabra? ¿cómo nos dais en nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos, que vuestra palabra no puede faltar? Ya que os humilláis a vos con extremo tan grande en juntaros con nosotros al pedir y haceros hermano de cosa tan baja y miserable (Lc 24, 35). Obligáisle a que la cumpla, que no es pequeña carga, pues en siendo Padre nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a él, como al hijo pródigo, hanos de perdonar (Lc 15, 20), hanos de consolar en nuestros trabajos, hanos de sustentar como lo ha de hacer un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo, porque en él no puede haber sino todo bien cumplido; y después de todo esto hacernos participantes y herederos con vos."

Y concluye con el Espíritu Santo, convencida de que no podríamos decir estas invocaciones sin su ayuda. 

"Que por disparatado que ande el pensamiento, entre tal Hijo y tal Padre forzado ha de estar el Espíritu Santo que enamore vuestra voluntad y os la ate tan grandísimo amor, ya que no baste para esto tan gran interés."

El PME cita estos textos en la seguna parte de Quiero ver a Dios,  en el capítulo 4, al hablar de la oración de recogimiento:

"Esta intimidad con Jesús introduce en la Trinidad, porque Jesús es nuestro mediador. Por él somos hijos del Padre, a quien podemos llamar juntamente con él: "Padre nuestro." ... Unidos al Padre y al Hijo, encontraremos, ciertamente, al Espíritu Santo, que de ellos procede."

Aunque el PME habla de las mismas realidades espirituales, notamos enseguida que añade la perspectiva teológica: la mediación de Jesús y la procedencia del Espíritu Santo.
Que estas reflexiones nos ayuden a contemplar el misterio trinitario en el que nos hace entrar el Padre Nuestro.


lunes, 20 de diciembre de 2010

NAVIDAD: DESPERTAR DEL VERBO

Ya a las puertas de esta fiesta tan entrañable, os pongo la segunda y última parte de la homilía del PME. Y os deseo que la Navidad sea para todos nosotros eso, un despertar del Verbo en nosotros, o quizás que nos despertemos nosotros para caer en la cuenta de que verdaderamente Jesús viene a nosotros y llama a nuestro corazón con la fuerza de su amor. 


La alegría profunda de la Navidad procede también de otra cosa, de una percepción espiritual interior más elevada. Llevamos a Dios en nosotros, somos los templos de la Santísima Trinidad, porque Dios vive de un modo especial en nuestra alma y por la gracia que nos da. Esta gracia que nos hace los templos de la Santísima Trinidad y nos da a Dios está íntimamente ligada a su presencia. No hacemos real esta presencia de Dios en nosotros más que por el desarrollo progresivo de la gracia.
          San Juan de la Cruz nos lo explica. La presencia de Dios es real, objetiva, pero por lo que respecta a nosotros –no en ella misma– es una relación: Dios está en todas partes, inmutable. Él no cambia, pero a nosotros nos corresponde poseerlo más o menos, hacerlo real, hacerlo nuestro y establecer con este Dios misterioso, en las profundidades del alma, relaciones cada vez más personales, operativas, transformantes... La gracia nos diviniza y, de este modo, establece entre nosotros y el Verbo relaciones cada vez más íntimas. A medida que vamos desarrollando nuestra vida espiritual, nos convertimos cada vez más en hijos de Dios. Comenzamos a percibir oscuramente esta presencia, que es una verdadera experiencia, incluso aunque no se manifieste por desbordamientos exteriores hasta los sentidos. San Juan de la Cruz nos explica que, hasta en las cumbres, la presencia de Dios sigue siendo oscura, es el Verbo dormido de la Llama de amor viva (4, 14-16). Esta imagen vuelve con frecuencia en la pluma del Santo: sueño de Dios en el alma… Verbo dormido en el alma…
            Pero a veces hay algún «recuerdo del Verbo», algún “despertar” del Verbo que hace que se precipiten hacia él todas las potencias del alma y la colme de felicidad.
           ¿Por qué no sería esta fiesta de Navidad uno de esos recuerdos? ¿Por qué, habiéndose manifestado a los pastores y a los magos, no se iba a manifestar el Verbo al alma, esposa en la que vive? […]
          La Navidad trae consigo la gran esperanza que brota de lo profundo de las venidas progresivas de Cristo a nuestras almas. Está aquí, duerme, pero a veces quizás se despierta.
          Sí, en la Iglesia, la Navidad, despertar del Verbo, sólo ocurre una vez al año; en nuestras almas, Navidad puede ser todos los días, porque todos los días Jesús se hace carne en nosotros, toma posesión de nuestras almas de una manera maravillosa, pero real. En la comunión viene y nos «come». En la oración, nos transforma de claridad en claridad hasta la semejanza perfecta con el Verbo. Nos transforma también en nuestros trabajos, porque nosotros trabajamos por amor, obramos en el amor y lo que nos transforma es el amor; no el amor sentimental, sino la caridad. Cuando me entrego, la caridad se desarrolla, el Verbo vive en mí, y cuando vuelvo al silencio que permite percibir las realizaciones, encuentro en mí al Verbo misteriosamente crecido. «Por eso, es grande negocio para el alma ejercitar en esta vida los actos de amor» (Llama 1, 15) . Vivir de un acto de amor que nos da a Dios cuando nos damos a las almas en las que Dios vive. […]
        Que la Navidad de hoy sea el despertar del Verbo que vive en nosotros, pero también un enérgico despertar de la aspiración a la unión completa, a una acción del Verbo cada vez más profundas en nuestras almas. […]
        Que esta fiesta de Navidad sea gozosa, apacible, llena de alegría desbordante, llena de agradecimiento profundo y de esperanza para nosotros y también para el mundo. No olvidemos, en nuestra alegría, al pobre mundo que no experimenta ninguna de estas cosas maravillosas y grandes.
      Tengamos piedad de las almas que sólo viven exteriormente la fiesta de Navidad, que sólo perciben de ella la armonía lejana y el calor humano, que no pueden descubrir en ella las manifestaciones divinas en lo que tienen de más profundo.
       Que esta fiesta sea causa de nuestra alegría, pero que provoque también nuestra oración por el mundo que no la conoce o apenas sospecha su verdadero significado, para que conozca la venida de Dios y la haga realidad en él. Que por nuestra oración Cristo, en su misterio, se manifieste de nuevo y se extienda en el mundo.

martes, 14 de diciembre de 2010

NAVIDAD: ALEGRÍA DE UNA PRESENCIA

HOY, 14 DE DICIEMBRE, FIESTA DE SAN JUAN DE LA CRUZ, Y A POCOS DÍAS DE LA FIESTA DE NAVIDAD, NO CREO QUE SANTA TERESA SE ENFADE, SI DEJAMOS AL PME, HABLARNOS  DE LA ALEGRÍA QUE TENÍA Y EXPRESABA SAN JUAN DE LA CRUZ EN ESTAS FECHAS.
OS PROPONGO ALGUNOS PASAJES DE UNA HOMILÍA DEL 24 DE DICIEMBRE DE 1948. LO HARÉ EN DOS PARTES, EN LAS QUE EL PME IRÁ PROFUNDIZANDO EN EL SENTIDO DE LA ALEGRÍA DE LA NAVIDAD PARA SAN JUAN DE LA CRUZ.

"Navidad contiene en sí todos los misterios: el Verbo de Dios se hace hombre. Es el comienzo de todos los demás misterios: redención, misterio de la salvación de los hombres, misterio de la Eucaristía, misterio del Cuerpo místico, de la Iglesia. Es el primer anillo de la cadena, indispensable para que los demás puedan existir y desarrollarse.
Gran alegría es el nacimiento de Dios, la llegada de Dios a la tierra, alegría de la unción de lo divino sobre lo humano. ¿Cómo no sentiríamos el entusiasmo de ver nuestra pobre naturaleza humana manchada, precaria, impregnada de divinidad, santificada por el hombre Dios?
La gracia de Navidad es la gloria de la tierra, que una humanidad haya recibido la unción divina y que, por esta unción, nuestra naturaleza haya sido elevada a la derecha del Padre para sentarnos allí, no por adopción, sino por los verdaderos derechos que le otorga el Verbo.
Sí, la Navidad es la gran alegría humana. ¡Cuánto debemos alegrarnos de ver a la misma humanidad divinizada, a un "hombre" adquirir el poder y los derechos del Maestro del universo!"

lunes, 6 de diciembre de 2010

A LA LUZ DE DIOS

Aunque hubiera querido y tenido que concluir el tema del Conocimiento de sí mismo hace ya varias semanas, no me ha sido posible. A pesar de todo lo acabo hoy, fijándonos en cómo adquirir este conocimiento para que nos sea provechoso. Dejo al PME destacar este importante punto de la doctrina teresiana:

          "Quien revela a santa Teresa la estructura del mundo interior es la acción de Dios en su alma; quien le descubre lo que ella es, el valor de las riquezas sobrenaturales y lo dañino de las tendencias es la luz de Dios. La conclusión es clara: EL ALMA APRENDE A CONOCERSE A LA LUZ DE DIOS.
Santa Teresa, pide al alma que no busque el conocimiento propio analizándose directamente, sino que se busque a la luz de Dios.
... Nada de exámenes inútilmente prolongados, ni vueltas repetidas sobre sí misma, que alimentarían las tendencias naturales tal vez melancólicas del alma y permitirían al demonio sugerir bajo color de humildad toda suerte de pensamientos paralizantes.
            Esta acción del demonio en el conocimiento de sí mismo es lo bastante importante para que la Santa la advierta en repetidas ocasiones:

«Guardaos también, hijas, de unas humildades que pone el demonio con gran inquietud de la gravedad de nuestros pecados, que suele apretar aquí de muchas maneras... Todo le parece peligro lo que trata y sin fruto lo que sirve, por bueno que sea. Dale una desconfianza, que se le caen los brazos para hacer ningún bien, porque le parece que lo que es en los otros, en ella es mal». «La humildad no inquieta ni desasosiega ni alborota el alma, por grande que sea; sino viene con paz y regalo y sosiego. Aunque uno, de verse ruin, entienda claramente merece estar en el infierno y se aflige y le parece con justicia todos le habían de aborrecer, y que no osa casi pedir misericordia, si es buena humildad, esta pena viene con una suavidad en sí y contento, que no querríamos vernos sin ella. No alborota ni aprieta el alma, antes la dilata y hace hábil para servir más a Dios. Esotra pena todo lo turba, todo lo alborota, toda el alma revuelve, es muy penosa. Creo pretende el demonio que pensemos tenemos humildad, y –si pudiese– a vueltas, que desconfiásemos de Dios» (CP 39, 1-2)

Bien lejos estamos aquí, casi en el polo opuesto, del egocentrismo estéril, acompañado de su cortejo de vagas ensoñaciones, de sutiles análisis, a veces de angustiosas introspecciones y de vanas ostentaciones personales, con frecuencia ridículas y siempre orgullosas.
Santa Teresa no quiere conocerse sino para mejor servir y esperar a Dios, que es amigo del orden y de la verdad. Adquirido con la luz de Dios, este conocimiento propio se desarrolla con el del mismo Dios. Y se identifica con la humildad y, tanto si explora la estructura del alma como si revela al hombre su pequeñez ante el Infinito de las grandezas divinas o su pecadora miseria, no aspira más que a hacer reinar la luz y a que triunfe la verdad. Cuando alimente en un alma la contrición dolorosa al mismo tiempo que un amor ardiente, la adoración profunda y las más elevadas aspiraciones, el sentimiento de su impotencia y las generosas resoluciones, se podrá afirmar que es verdadero: lleva la señal divina de su origen, que es paz, equilibrio, libertad y fecundidad.

domingo, 7 de noviembre de 2010

CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO

El Padre María Eugenio (que a partir de ahora lo citaremos así: PME) cita el capítulo 39,5 del Camino de Perfección de Santa Teresa en el capítulo 3 de Quiero ver a Dios que lleva justamente como título: El conocimiento de sí mismo. El pequeño texto de la Santa nos aconseja que éste, sea el objeto de nuestras preocupaciones cotidianas:

«Procurad mucho... que en principio y y fin de la oración, por subida contemplación que sea, siempre acabéis en propio conocimiento»


El PME lo desarrolla así:

"Doble conocimiento de sí mismo que santa Teresa exige a su discípulo, a saber: un cierto conocimiento psicológico del alma y un conocimiento que podemos denominar espiritual, y que se apoya en el valor del alma ante Dios."

CONOCIMIENTO PSICOLÓGICO
El PME piensa que ayudó mucho a santa Teresa en su vida espiritual, conocer la distinción de las facultades y la actividad propia de cada una. También el distinguir en el alma una región más exterior (imaginación y entendimiento) y ordinariamente más agitada, y otra región más interior y más tranquila (inteligencia propiamente dicha, voluntad y la esencia del alma) porque Dios puede actuar en la región más interior aunque la más exterior esté agitada. Importante para saber la actitud interior que se debe tener en la contemplación. "No es bien que por los pensamientos nos turbemos" concluirá santa Teresa.

CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Le vamos a dar la palabra directamente al PME:
      "El espiritual necesita algunas nociones psicológicas para evitar sufrimientos y dificultades; sin embargo, le importa mucho más tener el conocimiento que llamamos espiritual, y que le revela lo que él es ante Dios, las riquezas sobrenaturales de las que está adornado, las tendencias perversas que le obstaculizan su movimiento hacia Dios.
       Si el conocimiento psicológico es útil para la perfección, el conocimiento espiritual forma parte de la misma, pues alimenta la humildad y se confunde con ella.
        Sólo bajo la luz de Dios podemos explorar ya el triple dominio de este conocimiento espiritual de sí mismo:
        
        a) Lo que somos ante Dios
Dios es amigo del orden y de la verdad, dice santa Teresa. El orden y la verdad exigen que nuestras relaciones con Dios se basen en lo que él es y en lo que somos nosotros.
Dios es el Ser infinito, nuestro Creador. Nosotros somos seres finitos, criaturas suyas, que dependemos en todo de él.
Este doble conocimiento del todo de Dios y de la nada del hombre es fundamental para la vida espiritual, se desarrolla con ella y constituye la perfección en su grado más eminente. Dicho conocimiento crea en el alma una humildad básica que nada podrá perturbar, y la pone en una actitud de verdad que atrae todos los dones de Dios.

Con esta doble luz encuentra la Santa ese profundo respeto a Dios, ese conmovedor temor de humilde servidora de su Majestad y ese horror al pecado, que tan bien se alían con los ardores y con los impulsos de su amor audaz de hija y de esposa. Esta ciencia del Infinito, expresada a veces en términos enérgicos, inspira todas sus actitudes, se revela en sus juicios y sus consejos y consigue que de su alma se eleve siempre ese perfume suave de la humildad sencilla y profunda, libre y sabrosa, que es uno de sus más sobrecogedores encantos.

b) Riquezas sobrenaturales
Insignificante criatura ante Dios y con frecuencia sublevada, ha sido hecha, con todo, a imagen de Dios y ha recibido una participación de la vida divina. Es hija de Dios y capaz de realizar las operaciones divinas de conocimiento y amor, y está llamada a ser perfecta como lo es su Padre del cielo.
      Santa Teresa pide que no se rebajen en modo alguno estas verdades que constituyen la grandeza del alma.
     Así la Santa no duda en emplear las más brillantes comparaciones para darnos una idea del «gran valor» , de la sublime dignidad de la belleza del alma, que es «el palacio adonde está el Rey» . El alma es «como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal» . Dios hace de ella un cristal resplandeciente de claridad, un «castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida que está plantado en las mismas aguas vivas de la vida que es Dios» . «No hallo yo –añade– cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad» .
       El cristiano tiene que conocer su dignidad y en modo alguno ignorar el valor de las gracias especiales que ha recibido
          
      c) Tendencias malsanas
En este castillo interior iluminado por la presencia de Dios, junto a las riquezas sobrenaturales santa Teresa descubre una muchedumbre de «culebras y víboras y cosas emponzoñosas».
          Estos reptiles representan las fuerzas del mal instaladas en el alma, las tendencias malsanas, consecuencia del pecado original. Tales tendencias son fuerzas temibles que no pueden menospreciarse. Justamente, constituyen uno de los objetos más importantes del conocimiento de sí mismo.
         El conocimiento propio no tendrá ámbito más complejo y más variable, más doloroso y, al mismo tiempo, más útil que conocer que estas tendencias malsanas, que todas las almas tienen, que han hecho gemir a los santos y que nos recuerdan sin cesar nuestra miseria, nos provocan a un combate incesante."








lunes, 1 de noviembre de 2010

SANTIDAD PARA LA IGLESIA

En este día tan bonito de Todos los santos, vengo a traeros de nuevo las palabras de Santa Teresa y del Padre María Eugenio para que nos animemos nosotros también a dejar al Espíritu Santo tomar posesión de nosotros, a hacernos santos. Si así lo hacemos, seremos glorificados para la Iglesia. Nuestra unión con Dios será tal que llegará a someterse a nuestra voluntad. así lo dice santa Teresa:

"Y comienza a tratar de tanta amistad, que no sólo la torna a dejar su voluntad, mas dale la suya con ella; porque se huelga el Señor, ya que trata de tanta amistad, que manden a veces, como dicen, y cumplir él lo que ella le pide, como ella hace lo que él la manda, y mucho mejor, porque es poderoso y puede cuanto quiere y no deja de querer." (C P 32, 12)

Y así lo explica el Padre María Eugenio en Quiero ver a Dios (p. 1205-1206)

"El apóstol es el amigo del Maestro. Es una verdadera amistad con todo el afecto y también el respeto mutuo que comporta. El alma está del todo disponible entre las manos de Dios, y el mismo Dios se somete a la voluntad del alma...
Impulsos de delicadeza, juegos admirables del amor que no tiene deseo más ardiente que el de fundir su voluntad con la de aquel a quien ama. Éste es el verdadero amor que Dios nos tiene y el que nosotros debemos tenerle.
Por eso el Espíritu de Jesús, que ha venido no para ser servido sino para servirnos , después de haber conquistado a sus apóstoles por el amor, desaparece espontáneamente tras la personalidad y la acción de sus apóstoles. El amor se hace humilde, incluso cuando es todopoderoso, para exaltar a quienes ama.
      El apóstol, lo mismo que Cristo, es glorificado por el Espíritu de amor que le posee. Su personalidad humana queda exaltada y engrandecida por la presencia y la acción del Espíritu. Sus sentidos son purificados, su inteligencia se hace más aguda, su voluntad se afianza, se establece todo un equilibrio humano, se vuelve a encontrar cierto don de integridad bajo la influencia misteriosa de la presencia divina. Los pescadores de Galilea se convierten en apóstoles que recorren el mundo y transforman el imperio romano. Los dones naturales de Saulo, el joven y brillante fariseo, son elevados hasta la altura del genio de Pablo, el apóstol universal. Se puede dudar que esté en poder del hombre llegar a ser un superhombre, obsesión de su orgullo, pero es cierto que la acción del Espíritu Santo lo consigue en cada época en los santos que él ha escogido. Basta con mirar, para darse cuenta de ello, a san Benito, a san Francisco de Asís, a santo Domingo, a santa Teresa, a san Juan de la Cruz, a san Vicente de Paúl y a tantos otros, modelos perfectos de un siglo, de una civilización cuyas más elevadas cualidades y más bello ideal encarnan perfectamente.
      De un modo especial en su obra común, el Espíritu Santo glorifica a los instrumentos que ha escogido. El Espíritu Santo se hace humilde con los santos, para glorificarlos. Inspirador de la obra por su luz, agente eficaz por su omnipotencia, se oculta bajo los rasgos humanos del apóstol."