lunes, 20 de diciembre de 2010

NAVIDAD: DESPERTAR DEL VERBO

Ya a las puertas de esta fiesta tan entrañable, os pongo la segunda y última parte de la homilía del PME. Y os deseo que la Navidad sea para todos nosotros eso, un despertar del Verbo en nosotros, o quizás que nos despertemos nosotros para caer en la cuenta de que verdaderamente Jesús viene a nosotros y llama a nuestro corazón con la fuerza de su amor. 


La alegría profunda de la Navidad procede también de otra cosa, de una percepción espiritual interior más elevada. Llevamos a Dios en nosotros, somos los templos de la Santísima Trinidad, porque Dios vive de un modo especial en nuestra alma y por la gracia que nos da. Esta gracia que nos hace los templos de la Santísima Trinidad y nos da a Dios está íntimamente ligada a su presencia. No hacemos real esta presencia de Dios en nosotros más que por el desarrollo progresivo de la gracia.
          San Juan de la Cruz nos lo explica. La presencia de Dios es real, objetiva, pero por lo que respecta a nosotros –no en ella misma– es una relación: Dios está en todas partes, inmutable. Él no cambia, pero a nosotros nos corresponde poseerlo más o menos, hacerlo real, hacerlo nuestro y establecer con este Dios misterioso, en las profundidades del alma, relaciones cada vez más personales, operativas, transformantes... La gracia nos diviniza y, de este modo, establece entre nosotros y el Verbo relaciones cada vez más íntimas. A medida que vamos desarrollando nuestra vida espiritual, nos convertimos cada vez más en hijos de Dios. Comenzamos a percibir oscuramente esta presencia, que es una verdadera experiencia, incluso aunque no se manifieste por desbordamientos exteriores hasta los sentidos. San Juan de la Cruz nos explica que, hasta en las cumbres, la presencia de Dios sigue siendo oscura, es el Verbo dormido de la Llama de amor viva (4, 14-16). Esta imagen vuelve con frecuencia en la pluma del Santo: sueño de Dios en el alma… Verbo dormido en el alma…
            Pero a veces hay algún «recuerdo del Verbo», algún “despertar” del Verbo que hace que se precipiten hacia él todas las potencias del alma y la colme de felicidad.
           ¿Por qué no sería esta fiesta de Navidad uno de esos recuerdos? ¿Por qué, habiéndose manifestado a los pastores y a los magos, no se iba a manifestar el Verbo al alma, esposa en la que vive? […]
          La Navidad trae consigo la gran esperanza que brota de lo profundo de las venidas progresivas de Cristo a nuestras almas. Está aquí, duerme, pero a veces quizás se despierta.
          Sí, en la Iglesia, la Navidad, despertar del Verbo, sólo ocurre una vez al año; en nuestras almas, Navidad puede ser todos los días, porque todos los días Jesús se hace carne en nosotros, toma posesión de nuestras almas de una manera maravillosa, pero real. En la comunión viene y nos «come». En la oración, nos transforma de claridad en claridad hasta la semejanza perfecta con el Verbo. Nos transforma también en nuestros trabajos, porque nosotros trabajamos por amor, obramos en el amor y lo que nos transforma es el amor; no el amor sentimental, sino la caridad. Cuando me entrego, la caridad se desarrolla, el Verbo vive en mí, y cuando vuelvo al silencio que permite percibir las realizaciones, encuentro en mí al Verbo misteriosamente crecido. «Por eso, es grande negocio para el alma ejercitar en esta vida los actos de amor» (Llama 1, 15) . Vivir de un acto de amor que nos da a Dios cuando nos damos a las almas en las que Dios vive. […]
        Que la Navidad de hoy sea el despertar del Verbo que vive en nosotros, pero también un enérgico despertar de la aspiración a la unión completa, a una acción del Verbo cada vez más profundas en nuestras almas. […]
        Que esta fiesta de Navidad sea gozosa, apacible, llena de alegría desbordante, llena de agradecimiento profundo y de esperanza para nosotros y también para el mundo. No olvidemos, en nuestra alegría, al pobre mundo que no experimenta ninguna de estas cosas maravillosas y grandes.
      Tengamos piedad de las almas que sólo viven exteriormente la fiesta de Navidad, que sólo perciben de ella la armonía lejana y el calor humano, que no pueden descubrir en ella las manifestaciones divinas en lo que tienen de más profundo.
       Que esta fiesta sea causa de nuestra alegría, pero que provoque también nuestra oración por el mundo que no la conoce o apenas sospecha su verdadero significado, para que conozca la venida de Dios y la haga realidad en él. Que por nuestra oración Cristo, en su misterio, se manifieste de nuevo y se extienda en el mundo.