domingo, 7 de noviembre de 2010

CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO

El Padre María Eugenio (que a partir de ahora lo citaremos así: PME) cita el capítulo 39,5 del Camino de Perfección de Santa Teresa en el capítulo 3 de Quiero ver a Dios que lleva justamente como título: El conocimiento de sí mismo. El pequeño texto de la Santa nos aconseja que éste, sea el objeto de nuestras preocupaciones cotidianas:

«Procurad mucho... que en principio y y fin de la oración, por subida contemplación que sea, siempre acabéis en propio conocimiento»


El PME lo desarrolla así:

"Doble conocimiento de sí mismo que santa Teresa exige a su discípulo, a saber: un cierto conocimiento psicológico del alma y un conocimiento que podemos denominar espiritual, y que se apoya en el valor del alma ante Dios."

CONOCIMIENTO PSICOLÓGICO
El PME piensa que ayudó mucho a santa Teresa en su vida espiritual, conocer la distinción de las facultades y la actividad propia de cada una. También el distinguir en el alma una región más exterior (imaginación y entendimiento) y ordinariamente más agitada, y otra región más interior y más tranquila (inteligencia propiamente dicha, voluntad y la esencia del alma) porque Dios puede actuar en la región más interior aunque la más exterior esté agitada. Importante para saber la actitud interior que se debe tener en la contemplación. "No es bien que por los pensamientos nos turbemos" concluirá santa Teresa.

CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Le vamos a dar la palabra directamente al PME:
      "El espiritual necesita algunas nociones psicológicas para evitar sufrimientos y dificultades; sin embargo, le importa mucho más tener el conocimiento que llamamos espiritual, y que le revela lo que él es ante Dios, las riquezas sobrenaturales de las que está adornado, las tendencias perversas que le obstaculizan su movimiento hacia Dios.
       Si el conocimiento psicológico es útil para la perfección, el conocimiento espiritual forma parte de la misma, pues alimenta la humildad y se confunde con ella.
        Sólo bajo la luz de Dios podemos explorar ya el triple dominio de este conocimiento espiritual de sí mismo:
        
        a) Lo que somos ante Dios
Dios es amigo del orden y de la verdad, dice santa Teresa. El orden y la verdad exigen que nuestras relaciones con Dios se basen en lo que él es y en lo que somos nosotros.
Dios es el Ser infinito, nuestro Creador. Nosotros somos seres finitos, criaturas suyas, que dependemos en todo de él.
Este doble conocimiento del todo de Dios y de la nada del hombre es fundamental para la vida espiritual, se desarrolla con ella y constituye la perfección en su grado más eminente. Dicho conocimiento crea en el alma una humildad básica que nada podrá perturbar, y la pone en una actitud de verdad que atrae todos los dones de Dios.

Con esta doble luz encuentra la Santa ese profundo respeto a Dios, ese conmovedor temor de humilde servidora de su Majestad y ese horror al pecado, que tan bien se alían con los ardores y con los impulsos de su amor audaz de hija y de esposa. Esta ciencia del Infinito, expresada a veces en términos enérgicos, inspira todas sus actitudes, se revela en sus juicios y sus consejos y consigue que de su alma se eleve siempre ese perfume suave de la humildad sencilla y profunda, libre y sabrosa, que es uno de sus más sobrecogedores encantos.

b) Riquezas sobrenaturales
Insignificante criatura ante Dios y con frecuencia sublevada, ha sido hecha, con todo, a imagen de Dios y ha recibido una participación de la vida divina. Es hija de Dios y capaz de realizar las operaciones divinas de conocimiento y amor, y está llamada a ser perfecta como lo es su Padre del cielo.
      Santa Teresa pide que no se rebajen en modo alguno estas verdades que constituyen la grandeza del alma.
     Así la Santa no duda en emplear las más brillantes comparaciones para darnos una idea del «gran valor» , de la sublime dignidad de la belleza del alma, que es «el palacio adonde está el Rey» . El alma es «como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal» . Dios hace de ella un cristal resplandeciente de claridad, un «castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida que está plantado en las mismas aguas vivas de la vida que es Dios» . «No hallo yo –añade– cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad» .
       El cristiano tiene que conocer su dignidad y en modo alguno ignorar el valor de las gracias especiales que ha recibido
          
      c) Tendencias malsanas
En este castillo interior iluminado por la presencia de Dios, junto a las riquezas sobrenaturales santa Teresa descubre una muchedumbre de «culebras y víboras y cosas emponzoñosas».
          Estos reptiles representan las fuerzas del mal instaladas en el alma, las tendencias malsanas, consecuencia del pecado original. Tales tendencias son fuerzas temibles que no pueden menospreciarse. Justamente, constituyen uno de los objetos más importantes del conocimiento de sí mismo.
         El conocimiento propio no tendrá ámbito más complejo y más variable, más doloroso y, al mismo tiempo, más útil que conocer que estas tendencias malsanas, que todas las almas tienen, que han hecho gemir a los santos y que nos recuerdan sin cesar nuestra miseria, nos provocan a un combate incesante."