martes, 25 de mayo de 2010

LA TRINIDAD ES NUESTRA FAMILIA

Dijo Jesús: (cf. Jn 14 y 16): «Mirad a vuestro Padre, id hacia Él, vivid bajo su luz. ¿Por qué? Porque vuestro Padre os ama. El amor del Padre os envuelve. A cada instante nos mira con amor. Voy al Padre. Vengo de él y vuelvo a él. Seguidme, o más bien no me dejéis: puesto que vivís conmigo, venid conmigo al Padre».
Nuestro Señor nos ha dado testimonio de su amor al Padre, del amor que el Padre tiene por Él. Nos dice: Os aseguro que os ama.
¡Qué fuente de consuelo y de alegría! No estamos nunca solos. Tenemos experiencia de ello, tenemos sobre todo la palabra de Nuestro Señor: os ama… El Espíritu Santo que habita en nuestras almas ora así: ¡Abba, Padre! Es Espíritu filial que nos hace volver hacia el Padre. El Espíritu habita en nuestras almas para hacernos penetrar en la intimidad de la Trinidad. Jesús, por la vida que derrama, quiere que nos identifiquemos con Él, quiere hacernos entrar en la Trinidad. En ella, Él habita como Hijo, y nosotros entraremos como hijos adoptivos, por medio de la gracia.
La Trinidad es nuestra familia, de la que ya formamos parte por la fe. ¡Qué luminosa oscuridad! Jesús dijo: «Nos manifestaremos». Promesa segura de nuestro Señor, vida de nuestra gracia bautismal, que hacemos realidad por la fe (I 1-5-66; 13-6-65).


Os comparto esta pequeña explicación de la imagen de la Trinidad de la hermana Cáritas Müller que he puesto y que me gusta mucho.

"La Trinidad Misericordiosa" nos remite al carácter trinitario de Dios en su relación con el ser humano: el Padre, en el círculo a la derecha, se vuelve hacia nosotros, nos acoge y abraza, oye nuestras súplicas y nos envía; en el círculo de la izquierda está el Hijo, que asumiendo nuestra frágil condición, viene a nosotros y nos manifiesta, en el servicio al prójimo, su inmenso amor; arriba: el Espíritu Santo, que nos alienta, abre nuestros ojos y nos muestra nuestra misión actual. En el centro, hay una figura humana que nos representa a todos que, con nuestras fragilidades y miserias, nuestros problemas y limitaciones, siempre somos amparados y abarcados por la misericordia divina".


domingo, 23 de mayo de 2010

TODO CRISTIANO TIENE DERECHO...

¡Ya vino! Porque estoy segura de que le habéis llamado.
Os pongo el último texto, por ahora, del Espíritu Santo. Que tengamos un bonito, sencillo y profundo Tiempo Ordinario, donde vivamos el día a día de nuestra vocación con paz y alegría porque sabemos con quien podemos estar seguros de contar.


Todo cristiano, por el hecho de tener una función, posee un derecho estricto a la asistencia del Espíritu Santo, para cumplir perfectamente las funciones que le son confiadas. Esta asistencia del Espíritu Santo puede darse sin que vaya acompañada de dones extraordinarios, únicamente con el organismo de la gracia que hemos recibido en el bautismo.

El apostolado perfecto exige esta asistencia del Espíritu Santo. El apostolado es una colaboración; no una colaboración exterior que se limite a un momento o a un acto particular, sino una colaboración constante. La función del apostolado que tenemos que cumplir en la Iglesia, entendida de este modo, es decir, como realización de los deberes propios de nuestro estado, es una función constante. En consecuencia, tenemos derecho a esta asistencia del Espíritu Santo; podemos recibirla y Dios nos la concederá ciertamente si nos hacemos merecedores de ella.
Para obtenerla, lo primero que se necesita es desearla... La primera preocupación del apóstol, a semejanza del obrero que pone manos a la obra, ha de consistir en prepararse para llegar a ser un apóstol perfecto, en asegurar esa colaboración. El primer deber no ha de ser necesariamente el de obrar; aunque sin duda ha de hacerlo, pero el primero de sus deberes ha de ser obrar bien, desarrollar su gracia y su unión con Cristo, a fin de que su acción sea realmente valiosa y eficaz, para que sea en verdad la acción de un apóstol, es decir, una colaboración íntima.