lunes, 18 de abril de 2011

HAGASE TU VOLUNTAD...

Santa Teresa explica esta petición en el capítulo 32. Cae bien que sea antes de Semana Santa pues con ver a Cristo cumplirla nos debería bastar para entenderla. Así la explica.


Primero une esta petición con la anterior:

“Sea hecha tu voluntad; y como es hecha en el cielo, así se haga en la tierra.” Bien hicisteis, nuestro buen Maestro, de pedir la petición pasada, para que podamos cumplir lo que dais por nosotros; porque, cierto, Señor, si así no fuera, imposible me parece. Mas haciendo vuestro Padre lo que vos le pedís de darnos acá su reino,… hecha la tierra cielo, será posible hacerse en mí vuestra voluntad. Mas sin esto y en tierra tan ruin como la mía y tan sin fruto, yo no sé, Señor, cómo sería posible. Es gran cosa lo que ofrecéis”.

A continuación nos mueve a desear hacerla pues de todas formas la voluntad de Dios se va a cumplir:

“Ello se ha de cumplir, que queramos o no, y se ha de hacer su voluntad en el cielo y en la tierra; creedme, tomad mi parecer, y haced de la necesidad virtud. ¡Oh Señor mío, qué gran regalo es éste para mí: que no dejaseis en querer tan ruin como el mío el cumplirse vuestra voluntad!”

Enseguida nos dice lo que ofrecemos cuando entregamos a Dios nuestra voluntad. Es el meollo del comentario y la relación con la Semana Santa:

“Pues os quiero avisar y acordar qué es su voluntad. No hayáis miedo sea daros riquezas ni deleites ni honras ni todas estas cosas de acá; no os quiere tan poco y tiene en mucho lo que le dais, y os quiere pagar bien, pues os da su reino aun viviendo. ¿Queréis ver cómo se ha con los que de veras le dicen esto? Preguntadlo a su Hijo glorioso, que se lo dijo cuando la oración del huerto. Como fue dicho con determinación y de toda voluntad, mirad si la cumplió bien en él en lo que le dio de trabajos y dolores e injurias y persecuciones; en fin, hasta que se le acabó la vida con muerte de cruz”.

“Pues veis aquí, hijas, a quien más amaba lo que dio, por donde se entiende cuál es su voluntad. Así que éstos son sus dones en este mundo. Da conforme al amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones más; a los que menos, menos, y conforme al ánimo que ve en cada uno y el amor que tiene a su Majestad. A quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por él; al que amare poco, poco. Tengo yo para mí que la medida del poder llevar gran cruz o pequeña, es la del amor. Así que, hermanas, si le tenéis, procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que su Majestad quisiere. Porque, si de otra manera dais la voluntad, es mostrar la joya e irla a dar y rogar que la tomen, y cuando extienden la mano para tomarla, tornarla vos a guardar muy bien”.

Y termina relacionándolo con el don de uno mismo, tema del que tanto le gustaba hablar al PME, y al que reserva todo un capítulo de Quiero ver a Dios.

“Porque todo lo que os he avisado en este libro va dirigido a este punto de damos del todo al Criador y poner nuestra voluntad en la suya y desasirnos de las criaturas, y tendréis ya entendido lo mucho que importa; diré para lo que pone aquí nuestro buen Maestro estas palabras dichas, como quien sabe lo mucho que ganaremos de hacer este servicio a su eterno Padre. Porque nos disponemos para que, con mucha brevedad, nos veamos acabado de andar el camino y bebiendo del agua viva de la fuente que queda dicha. Porque sin dar nuestra voluntad del todo al Señor para que haga en todo lo que nos toca conforme a ella, nunca deja beber de ella. Esto es contemplación perfecta, lo que me dijisteis os escribiese”.


Sería muy extenso querer expresar todo lo que el PME nos enseñó sobre el hacer la voluntad de Dios y el don de sí. Me voy a limitar a poner un texto de la primera biógrafa del PME, Raymonde Règue, que nos muestra bien el alma del PME, su relación con el Misterio Pascual de Cristo, con ese misterioso “que se haga tu voluntad” del Huerto de Getsemaní.

“El misterio pascual, corazón de la vida cristiana, es el centro de la contemplación mística del PME. Buscando penetrar en “los secretos del alma de Cristo”, para seguirle, su mirada de fe ha escrutado ampliamente los acontecimientos de la Semana Santa con un respeto profundo hacia los misterios más sagrados y con la simpatía de un amor único.
Toda luz y toda vida provienen de Jesús. Y el PME, servidor de Cristo como sacerdote y como carmelita, nos adentra en “ese conocimiento amoroso del Cristo viviente”. Más aún, investido por el Espíritu Santo de una misión en la Iglesia, ha sabido llevar su peso. Con especial atención ha contemplado el rostro tan humano y tan divino de Cristo en el cumplimiento de su gran obra salvífica. Y esto es lo que él quiere poner ante nuestros ojos.

Durante toda su vida, el PME deseó asemejarse a Jesucristo. En efecto, la gracia es una realidad divina en nosotros que nos emparenta con Jesús. Siguiendo a san Pablo, él decía: “La perfección de Cristo es el Cristo crucificado en el Calvario. Estas perspectivas se convierten en anhelos para el alma que está invadida por el amor. Esta participación en Getsemaní es la que hace efectiva la identificación y la que da al alma una auténtica fecundidad”.


Es impresionante también constatar cómo Dios ha concedido al PME la recompensa de vivir los últimos días de su vida – la Semana Santa – en profunda semejanza con el Cristo de la Pasión.

Reducido a un estado de extrema pobreza física y moral, en un completo abandono espiritual, podía decir con verdad:

“Me he ofrecido al Padre, me he presentado con Cristo”.

“Soy feliz de que Dios me haga sufrir como a su Hijo. Me clava en la cruz como a Él”.
“Soy fundador por mi sufrimiento y por mi muerte.”

Pero a la vez

“El amor del Padre es algo inefable”:
“Dios mío te quiero, Jesús, te quiero. Me parece que te amo perfectamente y que me parezco a ti”.

El discípulo que en sus trabajos, en su vida y en su muerte sólo busca seguir el camino trazado por Jesús, se parece a su Maestro”.

Que poco a poco vayamos logrando hacer nuestro el gran deseo del PME: llegar a la identificación con Cristo, porque entonces diremos de verdad: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.



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