lunes, 6 de diciembre de 2010

A LA LUZ DE DIOS

Aunque hubiera querido y tenido que concluir el tema del Conocimiento de sí mismo hace ya varias semanas, no me ha sido posible. A pesar de todo lo acabo hoy, fijándonos en cómo adquirir este conocimiento para que nos sea provechoso. Dejo al PME destacar este importante punto de la doctrina teresiana:

          "Quien revela a santa Teresa la estructura del mundo interior es la acción de Dios en su alma; quien le descubre lo que ella es, el valor de las riquezas sobrenaturales y lo dañino de las tendencias es la luz de Dios. La conclusión es clara: EL ALMA APRENDE A CONOCERSE A LA LUZ DE DIOS.
Santa Teresa, pide al alma que no busque el conocimiento propio analizándose directamente, sino que se busque a la luz de Dios.
... Nada de exámenes inútilmente prolongados, ni vueltas repetidas sobre sí misma, que alimentarían las tendencias naturales tal vez melancólicas del alma y permitirían al demonio sugerir bajo color de humildad toda suerte de pensamientos paralizantes.
            Esta acción del demonio en el conocimiento de sí mismo es lo bastante importante para que la Santa la advierta en repetidas ocasiones:

«Guardaos también, hijas, de unas humildades que pone el demonio con gran inquietud de la gravedad de nuestros pecados, que suele apretar aquí de muchas maneras... Todo le parece peligro lo que trata y sin fruto lo que sirve, por bueno que sea. Dale una desconfianza, que se le caen los brazos para hacer ningún bien, porque le parece que lo que es en los otros, en ella es mal». «La humildad no inquieta ni desasosiega ni alborota el alma, por grande que sea; sino viene con paz y regalo y sosiego. Aunque uno, de verse ruin, entienda claramente merece estar en el infierno y se aflige y le parece con justicia todos le habían de aborrecer, y que no osa casi pedir misericordia, si es buena humildad, esta pena viene con una suavidad en sí y contento, que no querríamos vernos sin ella. No alborota ni aprieta el alma, antes la dilata y hace hábil para servir más a Dios. Esotra pena todo lo turba, todo lo alborota, toda el alma revuelve, es muy penosa. Creo pretende el demonio que pensemos tenemos humildad, y –si pudiese– a vueltas, que desconfiásemos de Dios» (CP 39, 1-2)

Bien lejos estamos aquí, casi en el polo opuesto, del egocentrismo estéril, acompañado de su cortejo de vagas ensoñaciones, de sutiles análisis, a veces de angustiosas introspecciones y de vanas ostentaciones personales, con frecuencia ridículas y siempre orgullosas.
Santa Teresa no quiere conocerse sino para mejor servir y esperar a Dios, que es amigo del orden y de la verdad. Adquirido con la luz de Dios, este conocimiento propio se desarrolla con el del mismo Dios. Y se identifica con la humildad y, tanto si explora la estructura del alma como si revela al hombre su pequeñez ante el Infinito de las grandezas divinas o su pecadora miseria, no aspira más que a hacer reinar la luz y a que triunfe la verdad. Cuando alimente en un alma la contrición dolorosa al mismo tiempo que un amor ardiente, la adoración profunda y las más elevadas aspiraciones, el sentimiento de su impotencia y las generosas resoluciones, se podrá afirmar que es verdadero: lleva la señal divina de su origen, que es paz, equilibrio, libertad y fecundidad.

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