
El P. María-Eugenio tomó como guía de su Obra "Quiero ver a Dios" a Santa Teresa de Jesús. De hecho el título, además de ser el grito de Teresa niña (Vida 1, 5), es como el resumen de toda su vida. Y su amor de la oración está basado en este deseo que no pudo realizar de una sola vez, pero que la vida de oración le permitió hacerlo realidad sin necesidad de esperar a estar en el Cielo. Así nos lo comenta el Padre:
Teresa no era más que una niña cuando arrastró a su hermano Rodrigo hacia tierra de moros con la esperanza de que los «descabezasen». Los dos fugitivos fueron encontrados por un tío suyo, que los devolvió a la casa paterna. Teresa, la más joven de los dos niños, pero jefe de la expedición, responde a sus padres inquietos, que se preguntaban por el motivo de la huida: «Me he marchado porque quiero ver a Dios, y para verle hay que morirse.» Expresión de niño que revela ya su alma y anuncia el tormento dichoso de su vida (QVD 31)
Hacia esta visión de Dios, comenzada aquí en la tierra en la fe viva y realizada perfectamente en el cielo, se dirigían las aspiraciones de santa Teresa cuando decía: «Quiero ver a Dios.» El deseo de embeberse en el océano infinito lo antes posible, con todas las potencias de su ser, y de este modo unirse perfectamente a él, arrebató su alma y dio a su espiritualidad su fuerza y su dinamismo, su dirección y su meta. Teresa de Ávila interpela y arrastra en torno suyo a las almas que tienen sed de Dios y que aceptan entregarse totalmente a él para ser transformadas por su amor y cumplir su voluntad. Esta primacía de Dios, que se manifiesta por la búsqueda constante de la unión perfecta con él, domina la espiritualidad teresiana y constituye uno de sus caracteres esenciales. (QVD 45-46)