lunes, 1 de noviembre de 2010

SANTIDAD PARA LA IGLESIA

En este día tan bonito de Todos los santos, vengo a traeros de nuevo las palabras de Santa Teresa y del Padre María Eugenio para que nos animemos nosotros también a dejar al Espíritu Santo tomar posesión de nosotros, a hacernos santos. Si así lo hacemos, seremos glorificados para la Iglesia. Nuestra unión con Dios será tal que llegará a someterse a nuestra voluntad. así lo dice santa Teresa:

"Y comienza a tratar de tanta amistad, que no sólo la torna a dejar su voluntad, mas dale la suya con ella; porque se huelga el Señor, ya que trata de tanta amistad, que manden a veces, como dicen, y cumplir él lo que ella le pide, como ella hace lo que él la manda, y mucho mejor, porque es poderoso y puede cuanto quiere y no deja de querer." (C P 32, 12)

Y así lo explica el Padre María Eugenio en Quiero ver a Dios (p. 1205-1206)

"El apóstol es el amigo del Maestro. Es una verdadera amistad con todo el afecto y también el respeto mutuo que comporta. El alma está del todo disponible entre las manos de Dios, y el mismo Dios se somete a la voluntad del alma...
Impulsos de delicadeza, juegos admirables del amor que no tiene deseo más ardiente que el de fundir su voluntad con la de aquel a quien ama. Éste es el verdadero amor que Dios nos tiene y el que nosotros debemos tenerle.
Por eso el Espíritu de Jesús, que ha venido no para ser servido sino para servirnos , después de haber conquistado a sus apóstoles por el amor, desaparece espontáneamente tras la personalidad y la acción de sus apóstoles. El amor se hace humilde, incluso cuando es todopoderoso, para exaltar a quienes ama.
      El apóstol, lo mismo que Cristo, es glorificado por el Espíritu de amor que le posee. Su personalidad humana queda exaltada y engrandecida por la presencia y la acción del Espíritu. Sus sentidos son purificados, su inteligencia se hace más aguda, su voluntad se afianza, se establece todo un equilibrio humano, se vuelve a encontrar cierto don de integridad bajo la influencia misteriosa de la presencia divina. Los pescadores de Galilea se convierten en apóstoles que recorren el mundo y transforman el imperio romano. Los dones naturales de Saulo, el joven y brillante fariseo, son elevados hasta la altura del genio de Pablo, el apóstol universal. Se puede dudar que esté en poder del hombre llegar a ser un superhombre, obsesión de su orgullo, pero es cierto que la acción del Espíritu Santo lo consigue en cada época en los santos que él ha escogido. Basta con mirar, para darse cuenta de ello, a san Benito, a san Francisco de Asís, a santo Domingo, a santa Teresa, a san Juan de la Cruz, a san Vicente de Paúl y a tantos otros, modelos perfectos de un siglo, de una civilización cuyas más elevadas cualidades y más bello ideal encarnan perfectamente.
      De un modo especial en su obra común, el Espíritu Santo glorifica a los instrumentos que ha escogido. El Espíritu Santo se hace humilde con los santos, para glorificarlos. Inspirador de la obra por su luz, agente eficaz por su omnipotencia, se oculta bajo los rasgos humanos del apóstol."