miércoles, 28 de abril de 2010

¿CÓMO ATRAER AL ESPÍRITU SANTO?

En los primeros siglos de la Iglesia, la acción del Espíritu Santo en las almas y en la Iglesia adoptaba formas exteriores que la hacían manifestarse a plena luz. El día de Pentecostés el Espíritu Santo desciende en forma de lenguas de fuego, toma posesión de los apóstoles y, por medio de ellos, de la Iglesia. Afirmó su presencia por la transformación que experimentaron, y su poder por todas sus obras. Con frecuencia intervenía en la vida de la Iglesia… Era una persona viviente en el seno de la Iglesia y reconocido como tal: nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros, escribían los apóstoles. Con ello hacían alusión, en efecto, a su iluminación y a su decisión, que se manifestaban exteriormente.

Desde entonces parece que el Espíritu Santo se ha ocultado progresivamente en las profundidades de la Iglesia y de las almas. No sale de esta oscuridad más que en raras manifestaciones exteriores. Ciertamente, no hay decadencia de su poder y actividad. El cambio no atañe más que a sus modos de obrar. Siempre está vivo en nosotros, presto a difundirse, y nosotros siempre tenemos sus dones para recibir su soplo. Pero sea porque se ha ocultado o, más bien, porque, menos ferviente e inclinada hacia la tierra, la humanidad no ha pensado en servirse de su acción, es un hecho fácil de comprobar que el Espíritu Santo se ha convertido no sólo en un Dios escondido, sino también en un Dios desconocido, y que la ciencia espiritual que puede servirse de su poder por los dones ha sido ignorada durante largo tiempo por la generalidad de los cristianos.

La ciencia mística –pues tal es su nombre– ha sido, incluso, desacreditada, cuando no menospreciada, en los ambientes sinceramente cristianos. «¡Obra de la imaginación!, ¡ilusiones enfermizas!», se decía.

A esta ciencia mística se le ha devuelto el honor. El frío jansenismo ha desaparecido. El Espíritu de amor puede soplar de nuevo en las almas. El corazón divino se ha manifestado. Santa Teresa del Niño Jesús nos ha enseñado un camino de infancia que conduce a la hoguera de amor y busca una legión de almas pequeñas, víctimas de la misericordia. El Espíritu Santo vive en la Iglesia, su vida se difunde. Cristianos fervientes, incluso incrédulos, buscan esta vida, unos con un amor esclarecido y ya ardiente, otros con su dolorosa inquietud.

Partiendo del hecho de que la perfección está en el reinado perfecto de Dios en nosotros por el Espíritu Santo, toda la ciencia mística está en la solución de este problema práctico: ¿cómo atraer el soplo del Espíritu y cómo entregarse después y cooperar a su acción invasora? Es cierto que el Espíritu Santo es soberanamente libre en sus dones y nada puede coartar o disminuir su libertad divina. Con todo, hay disposiciones que ejercen una atracción casi irresistible sobre su misericordia, y otras que él exige como cooperación activa a su acción.

Hay tres disposiciones que corresponden a tres leyes o exigencias de toda acción de Dios en el alma. Estas disposiciones fundamentales, que regulan toda la cooperación del alma y que irán perfeccionándose a medida que la acción divina se desarrolle, son el don de sí, la humildad y el silencio.

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