Os pongo el último texto, por ahora, del Espíritu Santo. Que tengamos un bonito, sencillo y profundo Tiempo Ordinario, donde vivamos el día a día de nuestra vocación con paz y alegría porque sabemos con quien podemos estar seguros de contar.

El apostolado perfecto exige esta asistencia del Espíritu Santo. El apostolado es una colaboración; no una colaboración exterior que se limite a un momento o a un acto particular, sino una colaboración constante. La función del apostolado que tenemos que cumplir en la Iglesia, entendida de este modo, es decir, como realización de los deberes propios de nuestro estado, es una función constante. En consecuencia, tenemos derecho a esta asistencia del Espíritu Santo; podemos recibirla y Dios nos la concederá ciertamente si nos hacemos merecedores de ella.
Para obtenerla, lo primero que se necesita es desearla... La primera preocupación del apóstol, a semejanza del obrero que pone manos a la obra, ha de consistir en prepararse para llegar a ser un apóstol perfecto, en asegurar esa colaboración. El primer deber no ha de ser necesariamente el de obrar; aunque sin duda ha de hacerlo, pero el primero de sus deberes ha de ser obrar bien, desarrollar su gracia y su unión con Cristo, a fin de que su acción sea realmente valiosa y eficaz, para que sea en verdad la acción de un apóstol, es decir, una colaboración íntima.
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