La Iglesia no es obra nuestra; la obra espiritual que se nos confía o que queremos llevar a cabo no es nuestra obra: es la obra del Espíritu Santo. La realizamos en calidad de instrumentos, en manos de un agente principal que es el Espíritu Santo.
Nuestra colaboración es instrumental, pero con todo, sigue siendo una colaboración humana.
No somos, en las manos de Dios, simples instrumentos, simples herramientas, como las que un obrero utiliza en su trabajo. Al hacernos apóstoles no renunciamos a nuestra capacidad de hombres. Nuestra cooperación instrumental sigue siendo humana, es decir, entraña el ejercicio de nuestra inteligencia, de nuestra libertad y de todas nuestras cualidades humanas. Debemos actuar con nuestra inteligencia y nuestra voluntad; Dios nos pide que las apliquemos. No quiere tener en sus manos un instrumento sin vida. La técnica moderna lo dosifica todo y llega a hacer del hombre una máquina; Dios, en cambio, nunca lo hace.
Nos ha creado hombres, nos ha dado una inteligencia, y quiere que utilicemos nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestra libertad en su servicio, en las obras más delicadas y nobles que pueda pedirnos, para que actuemos libre e inteligentemente junto con él. Quiere una colaboración inteligente y libre. ¡Es un misterio!