Y nosotros... ¿Conocemos la existencia de los dones del Espíritu Santo y sabemos lo que Dios puede hacer por medio de ellos? Al saber como trabaja el Espiritu Santo podremos darle la libertad para que Él trabaje como quiera.
Sólo hay un Maestro: Jesús. Pero nos encontramos con personas que por haber vivido muy unidos a Jesús y con su Espíritu, nos pueden ayudar mucho en nuestro caminar gozoso hacia la casa del Padre. El padre María Eugenio creo yo que es uno de esos. Os lo propongo como amigo, compañero y guía sobre todo en los caminos difíciles... en las subidas abruptas, en los senderos estrechos de la fe. ¡BUEN CAMINO!
viernes, 23 de abril de 2010
domingo, 18 de abril de 2010
EMPECEMOS CON UN ACTO DE FE
Después de unos días de descanso, empiezo de nuevo. Esta vez escucharemos al Padre María Eugenio hablarnos del Espíritu Santo. Quizás penséis que todavía es pronto... y quizás tengáis razón. Hoy en el evangelio, Jesús ya les enviaba el Espíritu Santo a los apóstoles... y es que sin el Espíritu Santo nunca podremos ser verdaderos seguidores de Jesús, que es lo que le pedía hoy a Pedro y nos pide a todos nosotros: "Sígueme" (última palabra del evangelio de hoy).
Pues para que nuestro seguimiento de Jesús sea firme, alegre y generoso necesitamos creer más en el Espíritu Santo, conocerle más para llegar a tener gran intimidad con Él y sea Él quien nos lleve de la mano por los caminos de la vida, para que vivamos movidos por el Espíritu. ¡No es broma! ¡Se puede!
Por eso quiero empezar pronto, para que poco a poco aprendamos a vivir con Él a cada instante y ¡veréis como cambia todo!
Leerlo despacio, y lo disfrutaréis mucho.
"Os invito a hacer un acto de fe en el Espíritu Santo que habita en nuestras almas. El Espíritu Santo no es un pensamiento o una realidad que vive en las regiones superiores; es alguien que habita en nosotros, que es la vida de nuestra alma, su aliento vivo; alguien que es el huésped de nuestra alma y que obra sin cesar en nosotros. Es una persona viva, inteligente, amante, que habita en nosotros. En consecuencia, debemos decidirnos a vivir con el Espíritu Santo, a dedicarle nuestro tiempo, a encontrarnos con Él con frecuencia.
No pidamos al Espíritu Santo, que nos revele su presencia por medio de manifestaciones exteriores como el día de Pentecostés, sino que se digne revelarnos su presencia, dándonos, al menos, la fe en Él.
Porque, como dice Nuestro Señor, el que tiene el Espíritu y cree en Él, ríos de agua viva manan de su seno (Jn 7,38), y en su alma se difunde el Espíritu Santo. Ríos de vida y de luz descienden sobre las almas por obra del Espíritu Santo, pero también gracias al alma que abre, por así decir, las exclusas divinas mediante la fe en el Espíritu Santo." (Mo 259-260)
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