El sábado 4 de febrero de 1922, en la sala grande del Seminario de Rodez, que sirvió de capilla ese día, Enrique Grialou (futuro padre María-Eugenio) y seis seminaristas más, son ordenados sacerdotes. Aquella misma tarde es elegido para decir unas palabras de agradecimiento en su nombre y en nombre de sus compañeros. Preciosa y profunda meditación que conservamos y que expresa todo su amor a Cristo, su deseo de identificarse con Él y por último, ¡cómo podría ser de otra manera!, todo su amor a María.
Supongo que se trata de este texto el que me piden en un comentario. Os lo pongo.
"¡ Soy sacerdote, sacerdote para la eternidad! Esta palabra es toda mi meditación. Hoy no me canso de repetirla, casi sin poder creérmela; me produce una impresión cada vez más profunda, una nueva dicha. ¡Soy sacerdote! Esta palabra me invade, me colma, y por hoy no quisiera escuchar nada más. ¡Soy sacerdote! Mi sueño tan anhelado se ha hecho realidad.
¡Esta mañana, el obispo me ha impuesto las manos, ha consagrado mis manos, y eres Tú, oh Jesús, Sacerdote Supremo! Me has tomado y elevado hasta Ti, me has identificado contigo dándome los poderes de tu sacerdocio. Mañana pronunciaré la fórmula sacramental y vendrás a mi voz, y te tendré en mis manos, te daré, Jesús, serás mío mañana y todos los días de mi vida. [...]
Adoro tu acción misteriosa, Jesús, Sacerdote Supremo, vivo e identificado a mi persona, y ante la obscuridad de este misterio más bella que todas nuestras luces, en primer lugar, te ofrezco la alabanza silenciosa del temor que me envuelve y de esta paz profunda con la que me has inundado. [...] Me quieres asociar a tu sacrificio. Quieres que yo mismo sea una hostia, me ofrezco a Ti para todo lo que quieras, tanto para la paz y la alegría como para la obscuridad y el sufrimiento. Pero enséñame a ser como Tú, a permanecer dócil a todos tus deseos divinos.
Y puesto que mi oración tiene que ser para Ti testimonio de mi agradecimiento, te la hago llegar, poderosa por toda la autoridad de mi Sacerdocio, ardiente y universal. [...]
Y a ti, oh María... te lo debo todo, pues me has guiado y hecho cuanto soy. Te lo daré pues todo, y en especial mi corazón lleno de alegría. Contempla tu obra. Mi felicidad es hoy la tuya, ya que eres mi Madre y que, sacerdote, quiero más que nunca seguir siendo hijo tuyo."
1 comentario:
Gracias por presentarnos la figura del P. María Eugenio en este Año Sacerdotal, que acabamos de clausurar.
Su testimonio refleja fielmente a Jesús Sacerdote, que ofrenda su vida en una entrega total al Padre y se queda con nosotros en la Eucaristía.
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