Jesús amará a los suyos, a todos los cristianos, hasta el extremo; los amará desde la Eucaristía; los amará desde el sacrificio de la Misa, que se celebrará todos los día, y en la que los suyos podrán participar en su sacrificio por la comunión diaria.
Entregándose a nosotros, Jesús nos da la vida sobrenatural, la expande en nosotros, y al mismo tiempo acrecienta el potencial de esta vida espiritual y edifica la Iglesia. ¿En qué consiste esa vida que Él nos da? Esa vida es la participación, por la gracia, en su naturaleza divina. Jesús se da completamente a nosotros para que nos convirtamos en Él. Como lo hace resaltar san Agustín: Él es quien nos come. Él es quien nos recibe, nos asimila, nos hace ser Él mismo. Nos da, pues, todo lo que tiene, realizando progresivamente en nosotros la unión con Él, una semejanza de amor, una identificación con Él. Esta es la prueba suprema del amor. De esta manera, Jesús quiere elevarnos consigo hacia las cumbres, hacia la Trinidad Santa.
Hoy festejamos esta institución admirable, prodigiosa, que pareció escandalosa cuando nuestro Señor la dejó entrever después de la multiplicación de los panes.
Que suba nuestra gratitud hacia Dios nuestro Señor por haberse atrevido a crear este sacramento, por haber tenido la audacia de entregarnos su carne y su sangre a pesar del escándalo que pudo ocasionar y a pesar de las imposibilidades aparentes. Jesús lo ha desafiado todo… ha querido poner en juego toda su omnipotencia para entregarse a nosotros.
Agradezcamos a Cristo este don.
Jesús se ha querido reducir a una cosa, a una pequeña hostia. A nosotros nos toca humillarnos ante su majestad escondida. Nos toca humillarnos, purificarnos y acrecentar nuestra fe, para que este sacramento de Cristo, este don que Él hace de sí mismo, produzca su efecto pleno en nosotros.
Entregándose a nosotros, Jesús nos da la vida sobrenatural, la expande en nosotros, y al mismo tiempo acrecienta el potencial de esta vida espiritual y edifica la Iglesia. ¿En qué consiste esa vida que Él nos da? Esa vida es la participación, por la gracia, en su naturaleza divina. Jesús se da completamente a nosotros para que nos convirtamos en Él. Como lo hace resaltar san Agustín: Él es quien nos come. Él es quien nos recibe, nos asimila, nos hace ser Él mismo. Nos da, pues, todo lo que tiene, realizando progresivamente en nosotros la unión con Él, una semejanza de amor, una identificación con Él. Esta es la prueba suprema del amor. De esta manera, Jesús quiere elevarnos consigo hacia las cumbres, hacia la Trinidad Santa.
Hoy festejamos esta institución admirable, prodigiosa, que pareció escandalosa cuando nuestro Señor la dejó entrever después de la multiplicación de los panes.
Que suba nuestra gratitud hacia Dios nuestro Señor por haberse atrevido a crear este sacramento, por haber tenido la audacia de entregarnos su carne y su sangre a pesar del escándalo que pudo ocasionar y a pesar de las imposibilidades aparentes. Jesús lo ha desafiado todo… ha querido poner en juego toda su omnipotencia para entregarse a nosotros.
Agradezcamos a Cristo este don.
Jesús se ha querido reducir a una cosa, a una pequeña hostia. A nosotros nos toca humillarnos ante su majestad escondida. Nos toca humillarnos, purificarnos y acrecentar nuestra fe, para que este sacramento de Cristo, este don que Él hace de sí mismo, produzca su efecto pleno en nosotros.
1 comentario:
Es verdad... ¡Qué gran misterio de amor!¡Que todo un Dios venga a nosotros! ¡Cómo no quererle! Que sepamos acogerle y reponder con nuestra vida. GRACIAS.
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